05/06/2008 | Ni puede, ni quiere, ni sabe
¿Alguien se imagina a un jeque árabe de principios de la década de 1970 -o a Hugo Chávez en la actualidad- quejándose en una tribuna internacional porque el sistema financiero global estuviera "inflando" la cotización mundial del crudo? Son pocos los gobiernos con vocación de escupir para arriba. La aguja en el pajar es Cristina Fernández, quien ayer, en Italia, planteó como un problema que en la Argentina, "un pequeño ahorrista de 16 mil dólares (obtiene) una renta de 30 por ciento en dólares, cuando lo pone en un pool de siembra". Para muchos, eso debería festejarse.
En la vereda de enfrente está Luiz Inácio Lula da Silva. Ante la obvia crisis de los alimentos que plantea la conjunción del crecimiento mundial de la demanda y la especulación (que en efecto existe), se limitó a frotarse las manos y a decir que Brasil está dispuesto a ser "el granero del mundo".
"Hay una crisis de alimentos y los precios suben. No veo eso como un problema sino como una solución", dijo Lula, para remarcar que los precios altos van a alentar la producción en todos los países donde haya "tierra, agua, sol y gente que sepa plantar". De paso, fustigó a los países ricos por los subsidios al agro -como Itamaraty viene haciendo desde décadas- y los culpó por haber desalentado así la producción alimentaria en todo el globo.
Argentina hace lo mismo. Pero son lágrimas de cocodrilo, por la sencilla razón de que el país castiga a sus exportadores de soja con impuestos que hoy son del 41 por ciento de la facturación bruta. Es más, si mañana los países ricos bajaran los subsidios agrícolas, para los Kirchner sería una catástrofe: los alimentos argentinos tendrían mayor demanda todavía.
Pobristas. Todo esto señala la primera y seria dificultad del gobierno de los Kirchner para afrontar el conflicto con el campo: haber adoptado una estrategia inadecuada para la coyuntura mundial, basada en un error.
La Argentina de la década de 1990 implosionó en un mundo en el que sus productos valían muy poco y en el que la convertibilidad con déficit fiscal y endeudamiento la llevaba a vivir como si fuera rica.
El péndulo fue para el otro lado y el duhaldo-kirchnerismo pensó que la Argentina tenía que vivir como pobre. Salarios bajos como pulmotores para revivir industrias poco productivas. Vivir con lo nuestro. Un pasado congelado en la mitología de la década de 1950. Todo adobado con una visión que el filósofo Alejandro Rozitchner ha definido como "pobrista".
Si Argentina quería vivir como rica cuando debía ser modesta, hoy el programa económico la fuerza a ser humilde cuando la coyuntura mundial la pecha a ser más rica.
El costo de hacer algo distinto. La Presidenta seguramente se da cuenta de lo contradictorio de sus declaraciones en Roma. Pero dar vuelta la media de los usos y costumbres oficiales es muy complicado. Y ésta es la segunda razón por la que difícilmente los Kirchner puedan cambiar. Tal vez fuera posible antes, si no se hubiera ignorado cómo funciona el mundo y se hubiera aplicado una estrategia flexible y distinta de inserción para el país.
Pero hoy es políticamente muy costoso hacerlo. La Argentina se pasó cuatro años sin prepararse. No estimuló inversiones para que su industria ganara eficiencia, con lo que el dólar tiene que seguir alto incluso aunque se haya depreciado contra toda otra moneda; no sinceró de a poco los precios de la energía, algo que hoy es políticamente imposible hacer de golpe; no realizó reformas del Estado, por lo que hoy Nación, provincias y municipios tienen presupuestos en dólares mayores a los de la convertibilidad pero entregan más o menos los mismos pobres servicios de entonces.
Hacer todo ahora implica poner en riesgo algunas industrias muy débiles, pelearse con las clases medias urbanas que se calefaccionan barato y entrar en batalla con gremios estatales. Too much; too late; sí, es mucho y es tarde.
El kirchnerismo no supo, no<
Fuente: La Voz del Interior